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Words: 142054 in 168 pages
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: El cocinero de su majestad: Memorias del tiempo de Felipe III by Fern Ndez Y Gonz Lez Manuel - Martínez Montiño Francisco active 16th century Fiction
aunque la causa sea justa, siempre es un crimen...
--S?lo Dios puede juzgar las acciones de los reyes.
--Y algo que est? m?s bajo que Dios, fray Luis; su conciencia, la conciencia de sus vasallos, y despu?s la historia... pero Dios, ? quien adoro y bendigo, me ha librado de cometer un crimen; me ha procurado una buena y valiente espada y un coraz?n de oro... ? prop?sito... ?c?mo estamos, en cuanto ? la recompensa de ese valiente joven?
--Ya he dado la provisi?n de capit?n de la tercera compa??a de la guarda espa?ola ? do?a Clara de Soldevilla para que se la entregue.
--?Oh! y hab?is hecho muy bien, porque... se aman: ?l ? ella como un loco: ella ? ?l... no s? cu?nto, pero esta ma?ana ten?a se?ales en los ojos de no haber dormido...
--Pero seg?n creo, no se hab?an visto hasta anoche.
--No importa; se aman, yo os lo aseguro, padre Aliaga; ?l la hablaba con el coraz?n... ella le escuchaba con el alma, aunque no lo demostraba, porque do?a Clara es muy reservada y muy firme... tan firme como hermosa, noble y honrada; ese joven es un tesoro... si no hubiese sido por ella... ella me procur? ? ese valiente defensor, ? quien yo ennoblecer? de tal modo, ? quien levantar? tan alto, que el orgulloso Ignacio Soldevilla no se atrever? ? negar ? la reina la mano de su hija para ese hidalgo.
Hablaba con tal entusiasmo la reina de Juan Monti?o, que el padre Aliaga volvi? ? sentir en su alma la amarga desesperaci?n que le hab?a causado la sola sospecha de que Margarita de Austria amase al joven.
Y la reina hablaba de tal modo por agradecimiento, porque Juan Monti?o la hab?a salvado de un compromiso horrible.
--Y no es extra?o--continu? la reina--que do?a Clara le ame de ese modo; se ampar? de ?l en la calle, ? bulto, como se hubiera amparado de otro cualquiera hidalgo, porque la segu?a de cerca don Rodrigo; estuvieron largo rato juntos; nuestro joven la enamor?, la salv?, en fin, de don Rodrigo; fu? una aventura completa; despu?s, cuando le present? las cartas que yo buscaba ? costa de cualquier sacrificio, manchadas con la sangre de don Rodrigo... do?a Clara me ama... como la amo yo, y ama ? mi salvador... y si ? esto se a?ade que ese joven, considerado como hombre, es casi tan hermoso como do?a Clara, que es la mujer m?s hermosa que conozco, hay que convenir en que es necesario casarlos. Yo los casar?. ?Por lo pronto, le tenemos ya dentro de palacio?
Fray Luis ahog? en su garganta un rugido que se revolvi? sordo, poderoso en su pecho.
La ?ltima pregunta de la reina le hab?a aterrado.
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