Read Ebook: El cocinero de su majestad: Memorias del tiempo de Felipe III by Fern Ndez Y Gonz Lez Manuel
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Ebook has 8168 lines and 142054 words, and 164 pages
aunque la causa sea justa, siempre es un crimen...
--S?lo Dios puede juzgar las acciones de los reyes.
--Y algo que est? m?s bajo que Dios, fray Luis; su conciencia, la conciencia de sus vasallos, y despu?s la historia... pero Dios, ? quien adoro y bendigo, me ha librado de cometer un crimen; me ha procurado una buena y valiente espada y un coraz?n de oro... ? prop?sito... ?c?mo estamos, en cuanto ? la recompensa de ese valiente joven?
--Ya he dado la provisi?n de capit?n de la tercera compa??a de la guarda espa?ola ? do?a Clara de Soldevilla para que se la entregue.
--?Oh! y hab?is hecho muy bien, porque... se aman: ?l ? ella como un loco: ella ? ?l... no s? cu?nto, pero esta ma?ana ten?a se?ales en los ojos de no haber dormido...
--Pero seg?n creo, no se hab?an visto hasta anoche.
--No importa; se aman, yo os lo aseguro, padre Aliaga; ?l la hablaba con el coraz?n... ella le escuchaba con el alma, aunque no lo demostraba, porque do?a Clara es muy reservada y muy firme... tan firme como hermosa, noble y honrada; ese joven es un tesoro... si no hubiese sido por ella... ella me procur? ? ese valiente defensor, ? quien yo ennoblecer? de tal modo, ? quien levantar? tan alto, que el orgulloso Ignacio Soldevilla no se atrever? ? negar ? la reina la mano de su hija para ese hidalgo.
Hablaba con tal entusiasmo la reina de Juan Monti?o, que el padre Aliaga volvi? ? sentir en su alma la amarga desesperaci?n que le hab?a causado la sola sospecha de que Margarita de Austria amase al joven.
Y la reina hablaba de tal modo por agradecimiento, porque Juan Monti?o la hab?a salvado de un compromiso horrible.
--Y no es extra?o--continu? la reina--que do?a Clara le ame de ese modo; se ampar? de ?l en la calle, ? bulto, como se hubiera amparado de otro cualquiera hidalgo, porque la segu?a de cerca don Rodrigo; estuvieron largo rato juntos; nuestro joven la enamor?, la salv?, en fin, de don Rodrigo; fu? una aventura completa; despu?s, cuando le present? las cartas que yo buscaba ? costa de cualquier sacrificio, manchadas con la sangre de don Rodrigo... do?a Clara me ama... como la amo yo, y ama ? mi salvador... y si ? esto se a?ade que ese joven, considerado como hombre, es casi tan hermoso como do?a Clara, que es la mujer m?s hermosa que conozco, hay que convenir en que es necesario casarlos. Yo los casar?. ?Por lo pronto, le tenemos ya dentro de palacio?
Fray Luis ahog? en su garganta un rugido que se revolvi? sordo, poderoso en su pecho.
La ?ltima pregunta de la reina le hab?a aterrado.
Sin embargo, conserv? su aspecto sereno, su semblante impasible ? inalterable su acento, cuando respondi? ? la reina:
--S?lo falta que do?a Clara le entregue su provisi?n de capit?n de la guardia espa?ola.
--Se le entregar?... ma?ana... Ahora bien: ?cu?nto ha costado esa provisi?n, porque supongo que Lerma la habr? vendido?
--Vuestra majestad no tiene que ocuparse de esa peque?ez--dijo fray Luis--. Vuestra majestad ha querido que ese caballero tenga un medio honroso de vivir y ya le tiene. Lo dem?s importa muy poco.
--No, no; cuando os escrib? no era reina, y necesitaba de vuestros buenos oficios por completo; hoy ya es distinto; he vuelto ? ser reina; Lerma ha dispuesto que se me pague lo que se me debe, y... soy rica; os mando, pues, que me dig?is cu?nto ha costado esa provisi?n. Os lo mando, ?lo entend?is?
--Ha costado trescientos ducados.
--?Y los dem?s gastos?...
--No lo s? ? punto fijo, se?ora.
--Pues haced la cuenta, y decidme la cantidad redonda. Casi casi voy haci?ndome partidaria de Lerma. ?Si habr? tocado Dios el coraz?n de ese hombre?
--El duque ha tenido miedo.
--Y le ha tenido con raz?n--dijo con acento lleno y majestuoso la reina--; le ha tenido y debe tenerlo; se ha atrevido ? sus reyes y se atreve; Lerma caer?... caer?... y yo pisar? su soberbia, yo que me he visto indignamente pisada por ?l. ?Y sab?is, sab?is ? qui?n se debe todo este cambio?...
--?A Dios!--dijo con una profunda fe el padre Aliaga.
--S?, indudablemente ? Dios; pero Dios, para obrar respecto ? nosotros, se vale de medios naturales. El medio de que Dios se ha valido, ha sido de ese joven... del sobrino del cocinero del rey.
--Creo que vuestra majestad, en su bondad, abulta los m?ritos de ese mancebo--dijo el padre Aliaga, cuya alma hab?a acabado de ennegrecerse.
--Hiriendo ? don Rodrigo Calder?n, ese joven ha producido todo ese cambio.
--Lo dudo.
--El duque, al verse solo, privado de la ayuda de Calder?n, que es su pensamiento, no se ha atrevido ? seguir en una senda en que Calder?n le ha sostenido... esto lo sospecho yo... puede ser que Calder?n, al verse herido de sumo peligro, haya sentido remordimientos, y haya revelado al duque lo que se tramaba contra ?l... y esto es lo m?s probable, por la conducta del duque. ?Sab?is lo que ha dicho su hijo el duque de Uceda al verse arrojado del cuarto de mi hijo don Felipe ? todo el que ha querido o?rle?--Mi se?or padre teme que haya quien tire de la cortina, y deje ver sus tratos con la Liga y sus inteligencias con Inglaterra.--El duque de Uceda no ha debido decir esto de una manera muy secreta, porque lo ha sabido su padre, y sin perder tiempo ha propuesto al rey la guerra contra la Liga, y ha enviado de embajador ? Inglaterra ? don Baltasar de Z??iga. Y no es esto solo; ha desterrado y preso y asustado ? los mismos ? quienes ayer llamaba sus amigos, y ha honrado y favorecido ? otros ? quienes miraba como enemigos. Sin ir m?s lejos ?no os ha nombrado ? vos inquisidor general?
--Lo que me ha hecho tener m?s cuidado ahora que nunca, se?ora; cuando el lobo lame la mano que odia...
--?Oh! yo os aseguro que el duque de Lerma no tendr? tiempo de revolver sobre nosotros. El duque de Lerma es hombre muerto.
La reina y el padre Aliaga se levantaron ? un tiempo.
--Sent?os, sent?os--dijo el rey--; vos sois mi buena, mi hermosa, mi amada Margarita--dijo el rey tomando ? la reina una mano, y bes?ndosela--; y vos, padre, sois mi amigo y mi confesor. Ya sab?is cu?nto he defendido yo el que os aparten de mi lado, ? pesar de que Lerma me ha hablado mal de vos. Yo os aprecio mucho, fray Luis; m?s que apreciaros, os reverencio. He tenido un placer y una sorpresa cuando esta ma?ana el duque de Lerma me ha dado ? firmar vuestro nombramiento de inquisidor general. Como he firmado con sumo gusto el nombramiento de embajador para don Baltasar de Z??iga, y el de gentilhombre de mi c?mara para el duque de Uceda; estaban demasiado apoderados del pr?ncipe don Felipe. Sent?os, sent?os, pues, se?ora; y vos tambi?n, padre Aliaga; nadie nos ve; yo entro y salgo, merced ? ciertos pasadizos, sin que nadie me vea, y estamos completamente libres de la etiqueta.
Todos se sentaron.
El rey, que era muy sensible al fr?o, removi? el brasero.
--?Qu? invierno tan crudo!--dijo--; aseguran que hay miseria en los pueblos; ?pobres gentes!
Y volvi? ? revolver con delicia el brasero.
--Cuando llegu? conspir?bais--dijo el rey.
--Es verdad--contest? la reina--; conspir?bamos contra Lerma, y es necesario que vuestra majestad conspire tambi?n.
--Yo no necesito conspirar--dijo el rey--; el d?a que quiera, Lerma caer?; pero Lerma me sirve bien. Os ten?a quejosa, se?ora, pero el duque me ha hablado largamente. Le ten?a enga?ado don Rodrigo Calder?n.
--?Y c?mo ha sabido el duque que don Rodrigo Calder?n le enga?aba?
--Le han avisado... no sabe qui?n... pero tiene pruebas; al conocer su enga?o, Lerma se ha apresurado ? repararlo. Deb?is, pues, perdonarle; se?ora, perd?n merece quien confiesa su error, y perdonar tambi?n ? la buena duquesa de Gand?a, que es una pobre mujer, cuyo ?nico delito es ser excesivamente afecta al duque... me lisonjeo en creer que empezamos una nueva era... enviaremos un respetable ej?rcito ? Flandes contra la Liga, arreglaremos nuestros negocios con Inglaterra, y nos haremos respetar.
El rey repet?a palabra por palabra lo que le hab?a dicho Lerma.
En aquellos momentos, ?ste se estaba haciendo la ilusi?n de que era un gran rey.
--No s?, no s? qu? os he o?do hablar de cierto hidalgo ? quien dec?ais vos, se?ora, que deb?amos mucho: lo o? al abrir la puerta, pero me pareci? sentir pasos en el corredor secreto y me volv?... debi? ser ilusi?n m?a, porque los pasos no se repitieron; pero cuando me volv? de nuevo hacia vosotros, ya no habl?bais del tal hidalgo.
--Habl?bamos de un sobrino del cocinero mayor de vuestra majestad.
--?Ah! ?del buen Monti?o? ?y ese mozo, es tan buen cocinero como su t?o?
--Sabe ? lo menos manejar la espada tan bien como su t?o las cacerolas--, contest? la reina procurando serenarse, porque la hab?a turbado la imprevista pregunta del rey.
--?Ah! ?ah! ?es buen espada?
--Tan bueno, como que es quien ha herido ? don Rodrigo Calder?n.
--?El que ha herido ? don Rodrigo?
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